Comentario
En efecto, un total cercano a los 23,5 millones de personas emigraron a Estados Unidos entre 1881 y 1920, en su mayoría procedentes, a diferencia de migraciones anteriores, de la Europa del Este (con un alto porcentaje de judíos) y del sur de Italia: en 1907, por ejemplo, llegaron 286.000 italianos y 339.000 centroeuropeos; y en 1913, 291.000 rusos y bálticos. La población total del país pasó de 23,2 millones en 1850 a 76 millones en 1900 y a 107 millones en 1920. El porcentaje de población foránea de los estados de Nueva Inglaterra (Maine, Massachussets, Connecticut, etcétera) suponía en 1920 el 61 por 100 y en la región del Atlántico medio (Nueva York, New Jersey, Pennsylvania), el 54 por 100. En ese año vivían en Estados Unidos casi 1,7 millones de alemanes, 1,6 millones de italianos, 1,4 millones de rusos, 1,1 millones de polacos, 1 millón de irlandeses, otro millón de escandinavos y cifras muy altas de ingleses, canadienses, austríacos y húngaros.
También en contraste con lo sucedido hasta entonces, la nueva inmigración fue básicamente una inmigración urbana, esto es, se estableció preferentemente en ciudades en expansión y en los grandes enclaves industriales (Nueva York, Chicago, Pittsburgh, Milwaukee, Detroit, etc). El porcentaje de la población urbana, que en 1850 era del 12 por 100, se había elevado en 1900 al 39,7 por 100 y llegó al 51,2 por 100 en 1920. En cifras absolutas, la población urbana creció de unos 14 millones en 1880 a casi 42 millones en 1910. En 1880, sólo había 15 ciudades de más de 50.000 habitantes; en 1910, sumaban ya 59. La primera gran épica literaria y artística del país, la conquista del Oeste, fue una épica rural; la segunda, la épica negra del crimen y del gansterismo, elaborada en los años veinte y treinta del XX, sería una épica urbana.
La población de las diez mayores ciudades del país (Nueva York, Chicago, Filadelfia, St. Louis, Boston, Cleveland, Baltimore, Pittsburgh, Detroit y Buffalo) se triplicó entre los años citados. Los Ángeles pasó de 11.183 habitantes en 1880 a 319.198 en 1910; Chicago, de 503.185 a 2.185.283; Nueva York, que en 1800 tenía 60.000 habitantes y en 1860 un millón, alcanzó los 3,5 millones en 1900 y 5,6 millones en 1920. Chicago, ciudad casi inexistente antes de 1840, se transformó en un importante nudo de comunicaciones, gran mercado de cereales y ciudad industrial y de servicios: en 1893, fue ya sede de una gran Exposición Universal. En 1885 se construyó el primer rascacielos, obra de William Le Baron Jenney, y entre ese año y 1895, se construyeron otros 21, varios de ellos debidos al genio de Louis Sullivan.
Nueva York, puerto de llegada de los inmigrantes (Ellis Island), capital financiera (Wall Street) y comercial del país, fue electrificada desde la década de 1880 y contó desde pronto con excelentes periódicos, museos (Museo Metropolitano, 1880), universidades, una espléndida Biblioteca Pública (1895), construcciones singulares como el puente de Brooklyn (1883), o la Estatua de la Libertad (1886, o las grandes estaciones del ferrocarril), transportes modernos (metro desde 1904) y, como Chicago, con espectaculares rascacielos (Flatiron, 1902; Edificio Woo1worth, 1913). Nueva York era, además, el centro de la vida intelectual y política de Estados Unidos y la encarnación del nuevo dinamismo norteamericano. De ser una ciudad predominantemente irlandesa y de perfil bajo, se había transformado en una ciudad italiana y judía (en 1900, la mitad de su población había nacido en Europa; la minoría negra era todavía escasa, unas 60.000 personas, y lo siguió siendo hasta la década de 1920); y su perfil urbano estaba dominado por rascacielos cada vez más impresionantes (Edificio Chrysler, 1930; Empire State, 1931; Centro Rockefeller, 1930-40).
Nueva York y Chicago desplazaron a Boston como centros de la vida norteamericana. Theodore Dreyser, Frank Norris y Upton Sinclair hicieron de Chicago el escenario de tres de las mejores novelas de la época: Sister Carrie (1900), El pozo (1903) y La jungla (1906), respectivamente. A Hazard of New Fortunes (1890), de William D. Howells, Maggie (1893), de Stephen Crane, El gran Gatsby (1925), de Scott Fitzgerald y Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos, se desarrollaban en Nueva York. El periodismo de ideas de sus ensayistas y críticos (Herbert Croly, Van Wyck Brooks, H. L. Mencken, Randolph Bourne, Waldo Frank, Lewis Mumford) hizo de Nueva York la principal fuente de debates y reflexión sobre la sociedad y la cultura americanas. Greenwich Village, la especie de pequeña aldea situada en torno a la plaza de Washington, se transformó desde principios de siglo en el Montmartre neoyorquino, el barrio de la bohemia cultural asociado a los nombres del novelista Dreyser, del dramaturgo O'Neill, de la revista de izquierda The Masses (1911-18) y de Alfred Stieglitz, el artista que desde principios de siglo más hizo por introducir las vanguardias y el arte moderno europeos en Estados Unidos, esfuerzos que culminaron en el polémico Armory Show (1913), la exposición que revolucionó Nueva York: escritores europeos como Mayakovsky, García Lorca o Paul Morand quedaron fascinados por la ciudad.
El auge de las ciudades y la inmigración masiva de europeos que habían transformado a Estados Unidos en un crisol de pueblos y razas (en un "melting pot", según el título de la obra de Israel Zangwill, de 1906) fueron posibles por la excepcional capacidad de crecimiento de la economía norteamericana. País mayoritariamente agrario todavía en 1880, Estados Unidos era en 1914 el primer país industrial del mundo. Las razones y factores de ese despegue económico fueron varios y diversos. Las tasas de crecimiento de la población fueron muy superiores a los de cualquier otro país. Gracias al aflujo de inmigrantes, la población, como acabamos de ver, se quintuplicó entre 1850 y 1920. El fin de la guerra civil (1864) y la conquista del Oeste permitieron triplicar la superficie cultivada. La agricultura norteamericana fue desde pronto, desde los años 1850-60, un sector comparativamente modernizado, de alta productividad y muy mecanizado, merced a la introducción de innovaciones como sembradoras, cosechadoras, trilladoras, segadoras, arados mecánicos y similares. El desarrollo de los transportes (primero, canales; luego, ferrocarriles) redujo notablemente sus costes y amplió decisivamente el propio mercado interno. El uso masivo de fertilizantes permitió aumentar espectacularmente los rendimientos por unidad de superficie. Por su producción de algodón, maíz y trigo, Estados Unidos eran desde la década de 1880 el primer productor agrícola del mundo (y había conquistado los principales mercados mundiales de esos productos).
La construcción de ferrocarriles -que produjo los primeros grandes magnates del capitalismo americano, los Vanderbilt, Jay Gould, James J. Hill, Jill Fisk y otros- fue igualmente decisiva. Por las dimensiones geográficas del país, la extensión de la red alcanzó cifras colosales: pasó de unos 63.000 kilómetros en 1865 -todos al este del Mississippi- a cerca de 360.000 en 1900, cifra superior a la de toda Europa. En 1869, se completaron los dos primeros ferrocarriles transcontinentales, el Union Pacific y el Central Pacific, que enlazaron la costa atlántica con los estados del Pacífico; para 1883, se construyeron otros tres, el Northern Pacific, el Southern Pacific (de Nueva Orleans a San Francisco) y el Santa Fe, a través de territorio apache y navajo. El Oeste quedó así abierto a la inmigración europea. Los puntos terminales y los enlaces de líneas se transformaron en pocos años en grandes ciudades (Seattle, Portland, Oakland, Kansas City).
La construcción del ferrocarril, en la que se emplearon miles de trabajadores (irlandeses, negros, alemanes, chinos, etc), tuvo dimensiones épicas y dramáticas. Conllevó la destrucción de la cultura de las tribus indias, basadas en la caza del búfalo, y su sustitución por una economía ganadera y una "nueva cultura de la frontera", centrada en las figuras del cowboy, de los ranchos y de los mineros. Las "guerras indias" tuvieron especial intensidad entre 1860 y 1887: en junio de 1876, por ejemplo, tuvo lugar la aniquilación del teniente general Custer y sus hombres por Sitting Bull y Crazy Horse en la batalla de Little Big Horn: La rendición del jefe apache Gerónimo en septiembre de 1886 y la aprobación en 1887 por el Congreso de una ley que autorizaba la creación de "reservas" para las distintas tribus puso fin a la resistencia india (aunque todavía habría graves incidentes: unos 300 indios, entre ellos Sitting Bull, fueron masacrados por tropas del Ejército a finales de diciembre de 1890 en la localidad de Wounded Knee, cuando los escoltaban a una reserva). En 1860, pudo haber habido unos 340.000 indios; en 1910, sólo quedaban 220.000.
El ferrocarril fue, además, factor principal de la industrialización, particularmente del desarrollo de la siderurgia y de la minería, favorecidas por los abundantes recursos naturales del país. La existencia de mineral de hierro en las regiones de los lagos Michigan y Superior hizo de Chicago, Cleveland, Gary, Toledo, Detroit y Milwaukee grandes centros siderúrgicos. El carbón de los Apalaches propició el desarrollo de Pittsburgh y Birmingham; las grandes reservas de hierro y cobre, el de los enclaves industriales de Colorado. El desarrollo de aquellos sectores fue extraordinario. La producción de carbón se elevó de 29,9 millones de toneladas en 1870 a 244,7 millones en 1900 y a 517,1 millones en 1913; la de acero -pronto controlada por Andrew Carnegie (1835-1919), un emigrante escocés pobre que había hecho su fortuna en los ferrocarriles-, de 70.000 toneladas en 1870 a 4.350.000 toneladas en 1890 y a 31 millones de toneladas en 1913.
El dinamismo norteamericano debió mucho también -además de a los factores hasta ahora mencionados: población, agricultura, transportes, recursos naturales- a la capacidad de innovación tecnológica del país, cuyas aplicaciones prácticas provocaron una verdadera revolución permanente que cambió de raíz la vida social y la organización del trabajo. La rotativa, armas (Colt, Remington, Winchester), la máquina de coser, destiladoras, desnatadoras, el ascensor, el coche-cama (George M. Pullman, 1864), la máquina de escribir, el celuloide, la lavadora, la leche condensada, el tractor de gasolina (1892), el teléfono (Alexander G. Bell, 1876), el fonógrafo, el micrófono, las bombillas incandescentes (los tres, patentados por Thomas Edison), el ventilador eléctrico, las cajas registradoras, las calculadoras, el papel carbón, la sacarina, el papel-película (George Eastman, 1885), la bakelita, el cristal pyrex, la linotipia (Ottmar Mergenthaler, 1886) y la ametralladora fueron, entre otros muchos productos, invenciones norteamericanas de los años 1860-1914.
Estados Unidos estuvo a la cabeza de la segunda revolución industrial. En ciertas industrias del sector químico como aluminio, plomo, zinc o cobre, superaron pronto a Alemania. Con 758 plantas de producción de acero, minas de hierro y carbón, flota mercante y ferrocarriles propios, la U. S. Steel Corporation, creada en 1901 por fusión de las fábricas de Carnegie con otras siderurgias, era la primera empresa mundial del sector. En 1870, un agente comercial de Cleveland, John D. Rockefeller (1839-1937), había creado con otros socios una empresa para el refinado del petróleo, la Standard Oil Co.; en 1879, controlaba el 90-95 por 100 del petróleo producido en Estados Unidos. Luego, fue adquiriendo empresas menores, nuevos pozos (en Ohio, Texas, Nueva Jersey, California y otros estados), líneas ferroviarias, barcos, oleoductos, grupos financieros. En la década de 1880, Estados Unidos dominaba los mercados europeos de petróleo; hacia 1890, la Standard Oil era probablemente la organización industrial más fuerte del mundo.
En 1881, se iluminó ya por electricidad una ciudad, Aurora (Illinois), la primera en el mundo en hacerlo. Al año siguiente, Edison construyó la primera central eléctrica (en Nueva York). En 1885, se instalaron los primeros tranvías eléctricos (en Baltimore). Un emigrante croata, Nikola Tesla, patentó el motor eléctrico y distintos tipos de condensadores, dínamos y lámparas. En 1886, George Westinghouse diseñó un transformador comercial que permitió el uso de la corriente alterna. Poco después (1892), Westinghouse, Edison y el grupo financiero de la Banca Morgan crearon General Electric que pronto se hizo con buena parte del creciente mercado industrial y doméstico relacionado con las aplicaciones de la electricidad. A fin de siglo, se construyeron en las cataratas del Niágara gigantescas centrales hidroeléctricas. Luego se levantaron otras en numerosos puntos del país. En 1912, el total de caballos de vapor producidos por electricidad se elevaba a 12 millones; había ya unos 72.000 kilómetros de ferrocarriles y tranvías electrificados.
En la década de 1880, la bicicleta se había convertido en el más popular medio de transporte del país. En 1893, los hermanos Duryea, de Springfield (Illinois), produjeron el primer automóvil norteamericano. Henry Ford (1863-1945) construyó el primero de los suyos, en Detroit, en junio de 1896 y en 1903 creó la Ford Motor Company. En 1910 existían ya unas 60 empresas de producción de automóviles. Varias de las más importantes -Buick, Cadillac y Oldsmobile- se fusionaron por iniciativa de William C. Durant en General Motors (1908), la primera empresa mundial hasta que en 1913 fue desplazada por la Ford gracias al éxito de su Modelo T (1908), el coche más popular del mundo. En 1915, el parque de automóviles llegaba a los 2,5 millones. La producción norteamericana (medio millón de coches al año) excedía con mucho a la europea. Apuntaba ya otra industria que con el tiempo sería importantísima. En diciembre de 1903, como ya quedó dicho, los hermanos Orville y Wilbur Wright lograron por vez primera hacer volar un aeroplano (en Kitty Hawk, Carolina del Norte).
Finalmente, la banca tuvo también un papel esencial, sobre todo en la consolidación de "pools", "holdings" y "trusts", esto es, en la creación por fusión y concentración de empresas de grandes corporaciones o consorcios, una evolución, producto de la durísima competencia por los mercados, que terminó por caracterizar a la economía norteamericana. La Casa Morgan de Nueva York -creada por John Pierpoint Morgan (1837-1913), hijo de un banquero enriquecido en la bolsa de Londres- adquirió participación creciente y decisiva en numerosas empresas ferroviarias, en la U.S. Steel, en la American Telephone and Telegraph Co. -la empresa surgida en torno a Alexander G. Bell que monopolizaba las comunicaciones telefónicas-, en General Electric, en la International Harvester Company, la gran empresa de maquinaria agrícola, y en varios de los principales bancos del país (Chase Manhattan, Hanover, etc). Otros bancos -Kuhn, Loeb y Cía; Lee, Higginson y Cía; Kidder, Peabody y Cía- tuvieron también parte principal en la inversión industrial.
Pese a "pánicos" financieros (1873,1893) y a graves crisis coyunturales (1893-96), la economía norteamericana creció entre 1870 y 1913 a una tasa media anual del 4,3 por 100, cifra que casi doblaba las de Alemania y Gran Bretaña. En 1913, producía ya el 35,8 por 100 de toda la producción manufacturera del mundo, tanto como Alemania, Gran Bretaña y Francia juntas, y el valor de su comercio exterior, que se había cuadruplicado desde 1875, sólo era superado por Gran Bretaña y Alemania. Como dijo en 1889 el Presidente del Congreso Tom Reed, Estados Unidos era el país del "billón de dólares" (de hecho, la riqueza nacional se estimaba en 1890 en torno a los 65 billones de dólares; se había duplicado en sólo una década).
El éxito norteamericano fue ante todo el éxito de la iniciativa privada, el triunfo de un espíritu empresarial que hacía de la maximización de beneficios y de la lucha por los mercados -siempre implacable y muy a menudo, fraudulenta- los valores esenciales para una sociedad abierta, competitiva y dinámica como ninguna. El papel del gobierno se limitó a la política arancelaria -por lo general, muy proteccionista- y a aprobar la legislación que más pudiera favorecer a los intereses empresariales e incluso, a no aplicar la que pudiera perjudicarles, como la legislación contra los monopolios. Significativamente, ni siquiera hubo banco central hasta 1913, año en que se creó el Banco de la Reserva Federal. El enorme contraste entre la mediocridad e inoperancia del liderazgo político de los años 1876-1900 -representado por los Presidentes Hayes, Garfield, Cleveland, Harrison, McKinley- y la fuerza y capacidad creadoras de industriales y banqueros de la misma época (los Carnegie, Rockefeller, Morgan, Henry Clay Frisk, magnate del carbón, Andrew W. Mellon, del aluminio, Henry Ford, James B. Duke, Cyrus Hall McCormick) era revelador. Se estimaba que en 1880 había en el país unos cien millonarios; en 1916, podía haber ya unos 40.000.